PARTE 1
Como les había prometido en Enero, voy a dar mas definiciones del Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, para complacer a aquellos que no han intentado conseguirlo.
Desde que lo descubrí he notado que los medios le dan bastante bola a este libro. Hoy lo retomé.
Distancia, s. Único bien que los ricos permiten conservar a los
pobres.
Egoísta, s. Persona de mal gusto, que se interesa más en sí mismo
que en mí.
Emoción, s. Enfermedad postrante causada por el ascenso del corazón
a la cabeza. A veces viene acompañada de una copiosa descarga
de cloruro de sodio disuelto en agua, proveniente de los ojos.
Entendimiento, s. Secreción cerebral que permite a quien la posee
distinguir una casa de un caballo, gracias al tejado de la casa. Su
naturaleza y sus leyes han sido exhaustivamente expuestas por Locke,
que cabalgó una casa, y por Kant, que vivió en un caballo.
Entusiasmo, s. Dolencia de la juventud, curable con pequeñas
dosis de arrepentimiento y aplicaciones externas de experiencia.
Epitafio, s. Inscripción que, en una tumba, demuestra que las
virtudes adquiridas por la muerte tienen un efecto retroactivo.
Excentricidad, s. Método de distinción tan vulgar que los tontos
lo usan para acentuar su incapacidad.
Excepción, s. Cosa que se toma la libertad de diferir de las otras
cosas de su clase, como un hombre honesto, una mujer veraz, etc. “La
excepción prueba la regla”, es un dicho que está siempre en boca de los
ignorantes, quienes la transmiten como los loros de uno a otro, sin
reflexionar en su absurdo. En latín, la expresión “Exceptio probat regulam”
significa que la excepción “pone a prueba” la regla y no que la
confirma. El malhechor que vació a esta excelente sentencia de todo su
sentido, substituyéndolo por otro diametralmente opuesto, ejerció un
poder maligno que parece ser inmortal.
Fantasma, s. Signo exterior e invisible de un temor inferior. Para
explicar el comportamiento inusitado de los fantasmas, Heine menciona
la ingeniosa teoría según la cual nos temen tanto como nosotros a
ellos. Pero yo diría que no tanto, a juzgar por las tablas de velocidades
comparativas que he podido compilar a partir de mi experiencia personal.
Para creer en los fantasmas, hay un obstáculo insuperable. El
fantasma nunca se presenta desnudo: aparece, ya envuelto en una sábana,
ya con las ropas que usaba en vida. Creer en ellos, pues, equivale
no sólo a admitir que los muertos se hacen visibles cuando ya no queda
nada de ellos, sino que los productos textiles gozan de la misma facultad.
Suponiendo que la tuvieran, ¿con qué fin la ejercerían? ¿porqué no
se da el caso de que un traje camine solo sin un fantasma adentro? Son
preguntas significativas, que calan hondo y se aferran convulsivamente
a las raíces mismas de este floreciente credo.
Fe, s. Creencia sin pruebas en lo que alguien nos dice sin fundamento
sobre cosas sin paralelo.
Filosofía, s. Camino de muchos ramales que conduce de ninguna
parte a la nada.
Gato, s. Autómata blando e indestructible que nos da la naturaleza
para que lo pateemos cuando las cosas andan mal en el círculo doméstico.
Genealogía, s. Estudio de nuestra filiación hasta llegar a un antepasado
que no tuvo interés en averiguar la suya.
Hígado, s. Órgano rojo, de gran tamaño, que la naturaleza nos da
previsoramente para permitirnos ser biliosos. Los sentimientos y emociones
que asientan en el corazón —como sabe ahora todo anatomista
literario— infestaban el hígado según creencias más antiguas; e inclusive
Gascoygne, hablando del costado emocional de la naturaleza humana,
lo llama “nuestra parte hepática”. En una época se le consideró
la sede de la vida; de ahí su nombre (en ingles “liver”, vividor). Para el
ganso, el hígado es un don del cielo; sin él no podría suministrarnos el
“paté de foie”.