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miércoles, agosto 30, 2017

JURI

   Primer día de laburo en el Cambio dentro del Montevideo Shopping. Tomé un 145 y conseguí
asiento al lado de una mujer de unos cincuenta años que miraba por la ventana, luego hacia abajo y pensaba en voz alta sus próximos pasos. «Me voy a bajar y voy a comprar boñatos», decía. Ya aprendí hace rato que los uruguayos estamos locos así que, sin sorpresa, me senté y me puse los auriculares. Estaba en una etapa de escuchar radios. A veces me daban ganas de no tener que elegir qué escuchar y dejarlo en manos de alguien que se cope a hacerlo.

   Hice zapping hasta que caí en Del Plata que pasaba Linger de Cranberries y me transportó a los recreos del liceo y las pendejas que me tuvieron loco durante toda esa etapa. ¡Qué canción hermosa! Y se ve que el operador de radio estaba colgado con líderes femeninas de bandas de rock de los noventa porque engancharon el tema con My favourite game de The Cardigans y reviví aquel video de la guacha en el convertible por la ruta en plan destroy suicida. Recuerdo que arrancaba el clip y nunca lo quería mirar pero terminaba viéndolo hasta el final. La mina volando desde el convertible es una de las mejores escenas de la historia del videoclip. Se nota que es trucho pero está bueno y ese choque encajaría a la perfección en una película de Lynch.

   La selección exquisita continuó hasta que, en medio del himno de los noventa de Cristian Castro, Amor, me tuve que bajar. Entré al shopping y llegué al cambio. El local tenía forma de L y todo requería más espacio del que había. Cuando pasé por la puerta blindada, desde donde estaba parado, veía a un lado y otro a mis futuros compañeros de trabajo atendiendo gente a cara de perro. Se notaba que el trabajo era como picar piedra pero con público. El encargado parecía el malo de una película de James Bond. Apenas lo vi lo primero que pensé fue "qué pesadilla vivir contigo" y me apiadé por un momento de su esposa que deduje tenía por el anillo, brillante como una anormalidad nuclear de caricatura. Le decían por el apellido, Juri: pómulos pronunciados, ojos celestes, piel ligeramente bronceada, corte de pelo romano y un tono de voz bien de opresor. Podría pasar perfectamente por un empresario ruso de armamento de guerra


   La radio emitía bien de fondo Losing my religion de REM. Los nervios no me dejaron disfrutar la canción. Tenía que concentrarme en complacer a Juri y apenas me senté al lado de un pibe llamado Franco para que me enseñara cómo era el asunto, me pasó todos los piques. A señalar:


«No te comas billetes falsos.»
« No le des la contra a Juri.»
« Cuando terminás de atender a uno decí "siguiente" enseguida porque sino matás a un compañero.»
« Sabé que acá nunca deja de entrar gente.»
« Concentrate en dar bien el cambio porque Juri no banca muchas cagadas. Un par y pafuera o te manda a otra sucursal.»

   Me había quedado claro que Juri era el capo. La radio estaba con el volumen bajo y pasaba cualquier cosa entre los noventa y principio de siglo. Era raro ver el ritmo frenético que se daba en el lugar mientras sonaba el clásico More than words del dúo Extreme. Y así pasaban los clásicos de mi adolescencia mientras presenciaba el incesante intercambio de plata, facturas y voces.

   Franco me pasó todas las máximas del laburo. Era más chico que yo pero andaba de vuelo. Yo lo miraba y el no me hablaba mucho. En mi laburo anterior había tenido una verdadera maestra como tutora. Este pibe lo único que quería era terminar su turno para irse a ver a Peñarol:

- Bueno acá la cosa es fácil: mirame. -fue lo primero que dijo.

   Igual encaró y tiró unos piques. Aprendí que las facturas se pasaban por una validadora; que cuando viene alguien a hacer una transacción que no involucra moneda nacional es un arbitraje; que los billetes falsos son más gruesos (eso lo sabía), y que la excesiva autoconfianza es el peor enemigo. Me dijo:

- Mirá, vas a pasar estos meses de prueba sin problemas. Se ve que encarás así que la única sugerencia que te hago, y espero nunca la olvides, es que no te distraigas.

- ¿Qué querés decir?

- Que va a llegar un punto en el que vas a dominar todas las situaciones posibles y vas a tener todas las soluciones a todos los problemas. Ahí, cuando crees que la tenés clarísima, aparece una diferencia de, no sé, diez palos. Y no lo vas a entender. Vas a contar por todos lados, vas a chequear todo mil veces y no vas a encontrar nada raro. Te mandaste una cagada y por confiado no te diste cuenta. Porque cuando estás confiado bajás la guardia. Estás esperando todos los movimientos previsibles, estás en piloto automático, entonces viene uno y te dice dos pavadas como «¿Viste que un pastor noruego dibujó un pene gigante con caca de oveja? solo se ve desde el aire», o algo así, y ahí cuando estás descolocado te encaja un billete falso.

- Ok.

   Agarré lo básico y empecé con lo mío. No parecía adaptarme al ritmo del shopping. Juri me ponía muy nervioso. Caminaba siempre para un lado y para el otro. Cada cuarenta y cinco segundos lo tenía atrás mío. Era atomizante. Al día dos ya estaba trabajando para que me rajaran o para que me mandaran a otra sucursal. Me sentía en un partido de fútbol de nueve mil minutos en el infierno.

   Al cuarto día de atender gente sin parar, cerca del cierre le compré sesenta y dos pesos argentinos a un cliente. En la jerga financiera «le compré» significa que el Cambio le compró. Poco antes de cerrar, empecé a hacer el arqueo de la moneda extranjera. Cuando me puse a contar los argentinos, encontré un billete de dos pesos que parecía una fotocopia. Sabía que me lo había dado el cliente de los sesenta y dos pesos. Dos pesos argentinos valían menos que una moneda de cinco uruguaya así que podía haber agarrado ese billete falso, que como se decía en ese momento, me lo morfé, hacer una bolita y tirarlo a la basura. Pero no lo hice. Estaba muy estresado. No me bancaba a mis compañeros ni al sorete de Juri y además había entrado otro pibe que tenía experiencia y me daba mil vueltas y yo estaba seguro que era el que se iba a quedar. Entonces volqué todas mis esperanzas en que Juri optara por cambiarme de sucursal o, de última, echarme.

Llamé a Juri:

- ¿Qué pasó? –peguntó.

- Creo que me morfé este falso.

- Creo no. Te lo morfaste.

- Bueno, si.

- Pero parece una fotocopia, ¿cómo no lo viste?

- Ni idea. Me distraje, supongo.

- Dámelo.

   Se lo di. Lo agarró, formó una pelotita con el billete y lo tiró a la basura. No me dijo más nada. Subió una pequeña escalera que daba a un entrepiso donde estaba su oficina y donde nosotros dejábamos nuestra cajita con plata y nuestras camperas. A las 22:30 salí sin aparentes consecuencias por el billete falso.

   Al otro día, pasado el mediodía, recibí un llamado del Oso desde la casa central del Cambio:

- Hola, ¿Marcelo?

- Si.

- Mira, te habla Osvaldo. Escuchá, no vayas hoy al shopping. Andá a las 15 horas al Disco de Chucarro.

- Ok.

   No me echaron.