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jueves, febrero 26, 2009

Gente que uno conoce

Un día estaba en mi casa haciendo no se qué, hasta que encuentro un libro de un tal Pedro juan Gutierrez. Se ve que estaba en uno de esos dias de curiosidad ya que usualmente no me da por tomar el primer libro que encuentro y empezar a leerlo. Pero esa vez si, y resultó ser un libro fascinante. El libro se llamaba Animal Tropical. Apasionante. Historias de sexo, aventuras nocturnas, alcohol, prostitución, dramas de todo tipo, hambre, desesperación...Y todo esto en plena Habana. A mi siempre me intrigó saber como vive el cubano, como es ser cubano, que tanto hay de cierto en ciertas cosas, que tanto no...Y resulta que me encuentro con este libro y lo devoro.

De ahí en mas, solo me dediqué a devorar todos los libros que pudiera conseguir de este escritor cubano, y me puse a hojear por internet hasta que encontré la hermosa "Trilogía Sucia de la Habana". Y hermoso es mucho decir porque de hermoso no tiene nada. Es un libro escrito en medio de una gran desesperación.

Casualmente, en ese momento de mi vida me encontraba también devorando la literatura de Bukowski. Y este tipo es otro Bukowski pero caribeño, centroamericano y mas cachondo. Y en conmemoración a mi segunda leída de Trilogía Sucia se me ocurre escribir esto como homenaje en vida a este maravilloso escritor que me contagió de tanta vida en un momento fundamental.

Espero que muchos tomen esta recomendación y corran a la librería o biblioteca o programa de descarga mas cercano y consigan lo que encuentren del Pedro Juan que es lo más.

Como muestra les dejo un videito y algunos fragmentos que tomé medio rapidito de Trilogía Sucia de la Habana:



"Entonces me quedé muy solo. Eso sucede siempre que uno ama sin reservas, como si fuera un joven. Tu amor se va a New York por mucho tiempo -como quien dice: se va al carajo- y tú te quedas más solo y más perdido que un náufrago en medio de la corriente del golfo. Sólo que el joven se recupera rápido, pero un tipo como yo, de cuarenta y cuatro años, se queda dislocado mucho más tiempo, y piensa: «Vaya, carajo, de nuevo me sucedió. ¿Por qué seré tan imbécil?»

Con Jacqueline fue peor aún, porque ella tiene un récord importante en mi vida de macho: una vez tuvo doce orgasmos conmigo. Uno detrás del otro. Pudo tener más, pero yo no resistí y ahí tuve el mío. Si yo hubiera esperado por ella, habría llegado a veinte o algo así. Otras veces llegó hasta ocho o diez orgasmos. Nunca rompió aquel récord. Gozábamos mucho el sexo, porque éramos felices. Eso de los doce orgasmos no fue una competencia. Fue un juego. Un buen deporte que te mantiene muy joven y musculoso. Yo siempre digo Don’t compete. Play."

"La casa se les había llenado de mierda. Hacía pocos años que vivían allí pero ya apestaba a mierda de los pollos y los cerdos que criaban en la terraza. El baño estaba asqueroso y daba la impresión de que no limpiaban jamás. Pero a mí no me importa. Los negros son así. Llegué en busca de Hayda, pero estaba Caridad sola. Hablamos de los temas de aquel momento: comida, dólares, miseria, hambre, Fidel, los que se van, los que se quedan, Miami.
Caridad y yo tuvimos un flirt hacía tiempo. Fue algo rápido. Estuvimos todo un día juntos, esperando un ómnibus para ir a La Habana. Cuando al fin nos tocó el turno y salimos ya era de noche y tuvimos una pequeña bacanal allí, con abundante derrame de semen."



"Era ya el atardecer y el bosquecito no es muy tupido y había gente, porque allí los alumnos son muchachos muy promiscuos, como es lógico. Cerca de nosotros, dos muchachos se besaban desaforadamente y en un instante se bajaron la cremallera de los pantalones, sacaron sus pingas y se acostaron en la tierra, desesperados, a mamárselas mutuamente, en un 69. Eso me calentó más aún. Salimos de allí. Fuimos al pequeño apartamento que Rita Cassia alquilaba y la puse a mamar aún sin quitarme la ropa. Sobre una mesa tenía ron añejo de siete años. Ah, cuánto tiempo sin ver esas dulces botellas de buen ron. Pues me serví un largo trago con hielo, y después otro, y me pasmé: estuve dándole pinga por todas partes más de una hora, sin venirme. Ella movía su cintura y su pelvis y gozaba y me rociaba con ron. Tomaba un trago y desde la boca lo soplaba sobre mí y después pasaba su lengua por mi piel para recuperarlo. El ron a veces me paraliza el orgasmo: la pinga se mantiene tiesa, pero no tengo orgasmo.

Cuando al fin me concentré para venirme -porque ya estaba muy cansado- logré acumular suficiente fuerza de voluntad y sacar la pinga a tiempo para echarle toda la leche sobre el vientre. Oh, y era mucha. Hacía una o dos semanas que yo no templaba, y tenía mucha leche. Y Rita Cassia se arrebató con aquello y repetía: «Gustoso, gustoso, ahhh, gustoso.»"
Es totalmente humano, entonces, ser un nostálgico y la única solución es aprender a convivir con la nostalgia. Tal vez, para suerte nuestra, la nostalgia puede transformarse de algo depresivo y triste, en una pequeña chispa que nos dispare a lo nuevo, a entregarnos a otro amor, a otra ciudad, a otro tiempo, que tal vez sea mejor o peor, no importa, pero será distinto. Y eso es lo que todos buscamos cada día: no desperdiciar en soledad nuestra vida, encontrar a alguien, entregarnos un poco, evitar la rutina, disfrutar nuestro pedazo de la fiesta.
Yo estaba así todavía. Sacando todas esas conclusiones. La locura merodeaba y yo la eludía. Había sido demasiado en muy poco tiempo para una sola persona, y me fui un par de meses de La Habana. Viví en otra ciudad haciendo unos negocios, vendiendo un refrigerador de uso y otras cosas, y a la vez
viviendo con una muchacha loca -loca en estado puro, sin contaminaciones- que estuvo presa muchas veces y tenía el cuerpo lleno de tatuajes. El que más me gustaba era uno que tenía en la ingle izquierda. Era una flecha indicando su sexo y un rótulo que decía solamente: BAJA Y GOZA. En una nalga decía: SOY DE FELIPE, y en la otra: NANCY TE AMO. En el brazo izquierdo, con grandes letras le habían grabado: JESÚS. Y en los nudillos de los dedos tenía corazones con iniciales de algunos de sus amores.
Olga apenas tenía veintitrés años, pero había llevado una vida demasiado desenfrenada, con mucha mariguana, alcohol y sexo de todo tipo. Alguna vez tuvo sífilis pero ya la tenía bajo control. Resistí un mes con ella porque era divertido. Vivir en el cuartucho de Olga era como estar metido dentro de una película pornográfica. Y aprendí. Aprendí tanto en aquel tiempo que tal vez algún día escriba un Manual de Perversiones.



SUPERMAN

-¿Por qué no te pones a cuidar algún viejo, acere? Ahí al doblar hay un viejo inválido que vive solo. Tiene como ochenta años y es un tipo difícil y cascarrabias, pero con paciencia tú lo controlas. Se le murió la mujer hace un par de meses, y se va a morir de hambre y de churre. Cuélate allí con él, lo cuidas, le quitas la mugre y le buscas un poco de comida y cuando se muera te quedas con la casa. Vas a estar mejor que en la calle.

Terminamos la botella. Le compré otra y me fui a ver al viejo. Era un tipo duro. Un negro muy viejo. Destrozado pero no destruido. Vivía en San Lázaro 558, y se pasaba el día sentado silenciosamente en su silla de ruedas, asomado a la puerta, mirando el tráfico, respirando el hollín del petróleo y vendiendo cajas de cigarrillos un poco más barato que en las tiendas. Le compré una. La abrí y le brindé, pero no me aceptó. Le brindé ron y tampoco quiso. Yo tenía buen humor. Ya con un poco de dinero en el bolsillo, una botella de ron y una caja de cigarrillos el mundo empezaba a cambiar de color. Le comenté esto al viejo y estuvimos hablando un buen rato. Yo tenía media botella de ron adentro, y eso me ponía conversador y jocoso. Después de una hora y unos cuantos tragos (al fin aceptó beber conmigo), el viejo me dio una pista: había trabajado en teatro.

-¿En cuál? ¿En el Martí?

-No. En el Shangai.

-Ah, ¿y qué hacía allí? Dicen que era de mujeres encueras y eso. ¿Es verdad que lo cerraron enseguida, al principio de la Revolución?

-Sí, pero yo no trabajaba allí hacía tiempo. Yo era Supermán. Siempre había una cartelera para mí solo: «Supermán, único en el mundo, exclusivo en este teatro.» ¿Tú sabes cuánto medía mi pinga bien parada? Treinta centímetros. Yo era un fenómeno. Así me anunciaban: «Un fenómeno de la naturaleza... Supermán... treinta centímetros, doce pulgadas, un pie de Superpinga... con ustedes... ¡Supermán!»

-¿Usted solo en el escenario?

-Sí, yo solo. Salía envuelto en una capa de seda roja y azul. En el medio del escenario me paraba frente al público, abría la capa de un golpe y me quedaba en cueros, con la pinga caída. Me sentaba en una silla y al parecer miraba al público. En realidad estaba mirando a una blanca, rubia, que me ponían entre bambalinas, sobre una cama. Esa mujer me tenía loco. Se hacía una paja y cuando ya estaba caliente se le unía un blanco y comenzaba a hacer de todo. De todo. Aquello era tremendo. Pero nadie los veía. Era sólo para mí. Mirando eso se me paraba la pinga a reventar y, sin tocarla en ningún momento, me venía. Yo tenía veintipico de años y lanzaba unos chorros de leche tan potentes que llegaban al público de la primera fila y rociaba a todos los maricones.

-¿Y eso lo hacía todas las noches?

-Todas las noches. Sin fallar una. Yo ganaba buena plata, y cuando me venía con esos chorros tan largos y abría la boca y empezaba a gemir con los ojos en blanco y me levantaba de la silla como si estuviera enmariguanado, los maricones se disputaban para bañarse con mi leche como si fueran cintas de serpentina en un carnaval, entonces me lanzaban dinero al escenario y pataleaban y me gritaban: «¡Bravo, bravo, Supermán!» Ése era mi público y yo era un artista que los hacía felices. Los sábados y domingos ganaba más porque el teatro se llenaba. Llegué a ser tan famoso que iban turistas de todas partes del mundo a verme.

-¿Y por qué lo dejó?

-Porque la vida es así. A veces estás arriba y a veces estás abajo. Ya con treinta y dos años más o menos los chorros de leche empezaron a reducirse y después llegó un momento en que perdía concentración y a veces la pinga se me caía un poco y de nuevo se paraba. Muchas noches no podía venirme. Yo estaba ya medio loco porque fueron muchos años forzando el cerebro. Tomaba bicho de carey, ginseng, en la farmacia china de Zanja me preparaban un jarabe que me daba resultado, pero me ponía muy nervioso. Nadie se imaginaba lo que me costaba ganarme la vida así. Yo tenía mi mujer. Estuvimos juntos toda la vida como quien dice, desde que yo llegué a La Habana hasta que ella se murió hace unos meses. Bueno, pues nunca pude venirme con ella en esa época. Nunca tuvimos hijos. Mi mujer jamás vio mi leche en doce años. Era una santa. Ella sabía que si templábamos como Dios manda y yo me venía, por la noche no podía hacer mi número en el Shangai. Yo tenía que acumular toda mi leche de veinticuatro horas para el espectáculo de Supermán.


Bueno, ese es Pedro Juan. Parece un libro de literatura porno pero fui yo el que seleccionó esos momentos porque me dan mucha gracia y además me gusta la literatura erótica y esto se parece bastante jaja.

Ahora que termino esto me viene a la mente una noche en la que andaba con ese libro y fuí a tocar con la banda. En eso terminamos, y en medio de la borrachera saqué el libro y me puse a leer algunos cuentos de alguno de sus libros, creo que era El Insaciable Hombre Araña. No lo recuerdo bien. Fue una buena noche. Nos cagamos de risa. Es tan hijo de puta este tipo. A veces te da ganas de irte a vivir al Caribe y otras veces te hace disfrutar el confort de tu hogar en el sur de América