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viernes, enero 20, 2017

Sobre el incómodo arte de la autopromoción y otros menesteres de un escritor independiente.


   Desde que inicié el camino a la publicación de la novela «Contar la plata» he descubierto muchos aspectos
del mundo literario que desconocía por completo: grupos virtuales de escritores o de gente que tiene intenciones de escribir y allí se genera un intercambio interesante de conocimientos; opiniones negativas sobre escritores que idolatraba, mucha literatura erótica autoeditada y autopublicada, esnobismo (reflejado por ejemplo en la vulgarización de algunos escritores de culto como Jack Kerouac, Henry Miller y Charles Bukowski quienes parece que ahora son «mediocres» o «simples») y excesivo proteccionismo de contenidos. Lo que más lamento es que impere la idea de que mostrar extractos de una novela, fuera del todo, no significa o no sirve para nada. Y el motivo por lo que lo lamento es porque creo que es perjudicial, no solo para el escritor, sino para todo el mundo literario que no accede al contenido porque el propio escritor lo encierra, siguiendo el modelo de negocios de las macroeditoriales y las cámaras de libros de cada país, a quienes obviamente les sirve que el contenido no salga de los libros, y que un libro se venda más por cómo es el escritor que por lo que escribe. Es por eso que hoy los libros se promocionan esencialmente por medio de entrevistas a los escritores. Entonces yo tengo que comprar el libro por la tapa, la contratapa, la cara del escritor, qué dice y qué reconocimientos tiene. De todas maneras, no quisiera dejar la impresión de que las entrevistas es al pedo. En lineas generales, en función de las entrevistas que leo, veo y escucho, me gusta el escritor uruguayo como persona.
   Yo me siento por fuera del ambiente literario. Me considero primero músico, luego escritor. Conozco pocos escritores personalmente y no leo demasiada literatura uruguaya contemporánea porque no encuentro material en la red para determinar si me gusta, y así, ir a comprar el libro. Los últimos libros de autores uruguayos que compré y leí fueron «Todo termina aquí» de Gustavo Espinosa y «Diarios de un pa(sa)jero» de James Pistach. Los dos escritores obedecen a modelos editoriales diferentes. El primero lo compré luego de estar parado una hora en la librería leyendo la novela para ver si me gustaba lo suficiente como para comprarla y tener la obra en mi biblioteca para siempre. La otra la compré luego de que el autor me la mandara gratuitamente por correo. Al final no me dejó comprársela y quedamos en hacer un trueque por mi novela, a quien se la entregaré con gusto el mes que viene.
   Siempre me choca un poco decir «soy escritor», porque sé que hay dos escuelas: las que sostienen que es un gesto altanero o soberbio llamarse escritor si aún uno no ha publicado oficialmente, y los que aconsejan, como gesto de confianza y seguridad, llamarse escritor desde el vamos si es que uno quiere dedicarle el suficiente tiempo a este oficio como para construir una carrera literaria. En ese sentido, he elegido la segunda opción desde hace un par de años.
   Siempre digo que hace más de diez años que escribo. Allá por Julio de 2005 comencé este blog para, en un principio, exteriorizar algunos pensamientos de un pibe de veintidós años. Cuando profundizo en la idea, la realidad es que el germen de la narración está en mi niñez, llegando a mi primer década, cuando tomaba objetos inanimados y les daba vida, construía universos alrededor de estos, y hacía de dichos objetos verdaderos personajes con un carácter, una personalidad. En «Contar la plata» el protagonista recrea esa época y se aprovecha para levantarse a una de sus variopintas compañeras de trabajo:



—¿Vivís sola?

—No, vivo con mis padres desde que me separé.

—¿Vivís muy lejos?

—Sí, vivo en Nuevo París, por allá por Triunfo y Carlos
de la Vega.

—¡Mirá! Yo vivía por esa zona. En Carlos de la Vega había un almacén al que iba seguido —acoté refiriéndome al del viejo
O’Hara, que en paz descanse.

—Ah, ¿sí? Entonces conocés el barrio.

—Sí. Mi abuela vivía cerca de ahí. A veces cuando me quedaba
con ella íbamos a una feria que pasaba por Triunfo.

—Sí, la feria, claro.

—No me gustaba ir a la feria. No tanto porque la feria fuese fea o aburrida en sí, sino porque me gustaba mucho quedarme encerrado con mis autitos en ese universo de estrellas del deporte de todo el mundo y yo como presidente de mi FIFA(Federación Internacional de Fútbol con Autitos).

—Pa, se ve que te gustaban mucho ¿no? ¿Te gustan los autos?

—No, no me gustan nada. Soy muy poco hombre en ese sentido. Te hablo de fútbol, de mujeres pero de autos no sé nada. Ahí me quedo en cero. Cuando era chico jugaba con autitos pero al fútbol. Los agarraba como si fuesen jugadores y los hacía patear un dado que hacía de pelota. Era muy divertido. Hacía campeonatos. Primero hacía un campeonato local de autitos en el que cada uno era un país. El color de cada autito me ayudaba a determinar su país. Los más raros eran los de Lituania y Cuba.

—Pa, nunca conocí a alguien que hiciera eso con autitos.

—Sí, bueno, cada uno con su locura, ¿no? Me gustaba sumergirme en mis pensamientos y...como que mi mejor amigo era la imaginación.

—Pa, estabas re solo.

—No, tenía amigos pero yo solo me divertía pila. A veces nos quedábamos con mi hermano en lo de mi abuela y él se iba a jugar con los amigos y yo me quedaba en mi mundo de objetos inanimados que cobraban vida y eran grandes estrellas del fútbol. Incluso muchos se destacaban por sus habilidades y otros por ser muy malos. La forma del autito hacía que fuera más fácil manipularlo que otros. Por ejemplo, los mini camioncitos eran lo peor. No servían para nada. Pateaban para cualquier lado.

—Asi que eras como un pequeño niño loco.

—Y no termina ahí. Después de terminado el campeonato local, comenzaba el mundial. Allí elegía a los mejores autitos que formaban la «selección», entonces jugaban contra otras selecciones como la de ruleros, los comunes y los que se calientan, la selección de pilas que era muy mala y una selección de pinzas para el pelo que también era de lo peor.

Serrana estaba deleitada con mi historia demente de objetos que cobraban vida para jugar un campeonato de fútbol –aunque para mí era lo más normal del mundo–.


   Años más tarde, durante la adolescencia, empecé a componer letras. Eran una porquería pero en ese momento yo sentía que estaba componiendo los futuros himnos del rock nacional. Dejo la letra de la primera canción que compuse junto a uno de mis actuales amigos. La encontré hace un par de años en una agenda del Banco de Seguros de 1994, donde también hay otras cincuenta y dos letras que compuse en los años siguientes:

CÍRCULO VICIOSO

RITMO HIP-HOP: Estás aquí sin poder salir / quedáte acá, no te vas a ir/ no intentes huir porque vas a morir.

RÁPIDO - Si lográs subir no vas a poder dormir / Si podés bajar no la vas a terminar / Vos ya entraste en este círculo de mierda / y este vicio es el que te está haciendo morir.

SE REPITE LO PRIMERO

   Esta canción la tocamos con la primera banda que tuve. Tocamos por primera y única vez en una kermés organizada por el club de baby fútbol Huracán Belvedere. Este fragmento de «Contar la plata» está inspirado en lo que sucedió ese día:

«Yo tenía una batería desde los quince pero no la tocaba con mucha frecuencia. Hacía como un año y medio que no tocaba. Estaba guardada en casa de mi amigo Godsuki, con quien tuvimos por poco tiempo una banda llamada La Alcantarilla, conformada por Godsuki en bajo, el Topo en los teclados y yo en batería. Esporádicamente aparecían Bartolo o el Chino a hacer coros. Hacíamos covers de Todos tus Muertos, Molotov y algún tema nuestro entre los que se destacaba «Círculo Vicioso» que era el que tenía algo de estructura. Nuestro primer y único recital fue en un festival organizado por el cuadro de Baby Fútbol del barrio, festival del que fuimos expulsados después del segundo tema («Puto», de Molotov). El público estaba compuesto por madres y niños, por lo que los temas no fueron bien recibidos. A sus ojos éramos una banda de pendejos fachos. Los dirigentes del club nos querían linchar. Por suerte mi viejo se metió a dialogar con ellos y en lugar de lincharnos nos dieron una hamburguesa –que nos comimos– y nos invitaron a retirarnos. Nos fuimos hacia el otro lado de una vía de tren que separaba la cancha de un complejo de viviendas. Jalamos cemento toda la tarde y a la noche volvimos por las calles sin iluminación y rodeadas de cantegriles. Igual teníamos un aspecto tan reventado que probablemente quienes se acercaran cruzarían la calle para no enfrentarnos».

   Luego de este periplo llegamos, efectivamente a este blog en el que empecé a practicar este oficio de teclear (si, teclear, no puedo escribir mucho a mano porque a la tercer carilla me empieza a doler la muñeca por mi postura deforme de zurdo) palabras y luego darle una estructura, un sentido, convertirlas en algo que pueda llegar a ser llamado «obra». 
   Unos cuatro años y medio más tarde, sentí que tenía material como para armar una colección de relatos y
La agenda del ´94 con un índice de las canciones y la página\fecha en la que se encontraban, y una copia de Polimorfa.
publicaciones varias del blog. Eso lo llamé «Polimorfa» y lo publiqué a fines del 2010 bajo el seudónimo de Anguila Yimeil. Imprimí un tiraje artesanal de quince copias de las cuales conservo una como recuerdo de lo duras que fueron esas jornadas de autoedición y autopublicación física. Es una publicación con cientos de errores y yo en ese momento creí que estaba buenísimo. Años después, y como le debe pasar a muchos escritores, uno encuentra lo que escribió algo más pobre que en el momento en que lo escribió. Es por eso que lo que escribo en la actualidad trato de revisarlo, tal vez infructuosamente, con los ojos de un yo venido de ese futuro en el que leo con desdén viejos escritos.
   Seis años después me encuentro en vías de publicar «Contar la plata». El motivo principal por el que demoró tanto es porque originalmente no tenía la intención de escribir una novela. Un día tuve una suerte de epifanía al notar que los relatos iban sumándose como los siete samurái de Kurosawa y empecé a darles forma y construir la novela. Dicho proceso fue fascinante. Me resulta casi imposible describirlo porque son sensaciones tan viscerales que cuesta describirlas en una publicación como esta. No me animo a hacerlo ahora .
   Hoy, me encuentro mucho más decidido a darle más tiempo que el que le daba a la escritura y todos los días trato de sentarme frente a la computadora, tomar los apuntes que hago en el Onenote (que ha sustituido hace tiempo a la libretita), y ver qué hago con eso. Antes escribía solo cuando me ponía en pedo, de madrugada, y luego fresco corregía. Ahora estoy terminando de escribir este post a las dos de la tarde.
   La máquina está aceitada. Gracias a este nuevo ritmo de escritura llevo escrita buena parte de una nueva novela, una suerte de continuación de «Contar la plata», que va por el mismo camino: el de tratar de generar diversas reacciones emocionales, algo que hoy es lo más difícil de lograr y para lo que no hay fórmulas ni cinco ni diez consejos para lograrlo. La diferencia radicará en que «Contar la plata» fue un proceso de cuatro años y medio de esporádica escritura, en los que se nota que hay relatos escritos de una manera y otros de otra, reflejo de los años que duró dicho proceso. Yo puedo notarlo pero hice un gran esfuerzo para que ustedes no.

Un abrazo,
Maximiliano Álvarez.












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